Una de dientes

Siempre he recelado del ratón Pérez, es una costumbre que me da escalofríos. Entiendo perfectamente la importancia de la fantasía y la imaginación en el desarrollo de nuestros infantes. También puedo comprender el inestimable incentivo a la creatividad que producen estos simpáticos ritos y, por supuesto que admito las gratas sensaciones juveniles que producen el efecto del asombro, de la maravilla y el siempre conveniente estímulo en la etapa inicial de los párvulos. Pero el ratón Pérez, definitivamente es desagradable.
A mi hija se le cayeron dos dientes de leche con diferencia de un día. Este hecho, siendo un verdadero motivo de ternura en padres, abuelos, y familiares en general, también es un símbolo del sano crecimiento y desarrollo de nuestros hijos (lo que se dice, un verdadero hito familiar). Pero a mi, qué quiere que le diga…me da impresión.
Apenas mi hijita se sentó a mi lado, me sonrió con el inquietante hueco de sus encías, se apuró a extender su rosada manito apretando con fuerza un colorido papel y luego se quedó mirándome, satisfecha como si hubiera obtenido un master en física nuclear. Aunque íntimamente no confiaba mucho en que fuera el analítico del Instituto Balseiro, tampoco esperaba que dentro del ingenuo y garabateado papel guardara sus recién desalojados dientitos. Debo reconocer que cuando abrí el sobre, mi cara de espanto la asustó un poco.
Cuando me recompuse del acceso de tos y mi color azul desaparecía lentamente, la combinación de pavura y asquete me impedían hablar con normalidad. Con algunos espasmos todavía, le devolví el sobrecito y la convidé dulcemente a que lo dejara en lo de su mamá, argumentando que al ratón Pérez le queda de pasada, que en mi casa sólo dejaba el dinero o algún mensaje, pero de ningún modo realizaba propiamente el canje. También le aconsejé que por el momento los guarde celosamente en la mochila, lejos de mi vista.
Acá y en la China los incisivos y caninos son dientes, es decir son piezas dentales humanas, son restos óseos, son… dientes de otra persona.
Yo nací en un tiempo y lugar en que las unidades de medida de la hombría eran sencillas y contundentes: en donde un tipo con un cuchillo grande como la espada de He man despachurraba sin miramientos el corderito familiar ( tierna mascota su hijo menor), y el sentimiento paterno se medía en cantidad de patadas en el culo por minuto que era capaz de desarrollar un padre encabronado.
Ahora no. Para redondear una educación doméstica básica, con un mínimo de recaudos como para que su hijo no sea un imbécil como Cumbio, o se trasforme en líder de la barra brava de Banfield, uno debe ser sensible pero firme, tierno pero duro, seguro sin dejar de ser vulnerable y debe hacer gala de sentido común sin abandonar las convicciones, …y también todo lo contrario.
Siempre estuve dispuesto a aprender, nadie puede acusarme de insensible o de no hacerme cargo de mis responsabilidades, pero hay ocasiones en que no sé para donde rajar. Uno siente que haga lo que haga, siempre será víctima de un impiadoso terapeuta que nos acusará de crímenes terribles que arruinaron la psiquis de nuestros indefensos hijos.
Que me perdonen el ratón Pérez y sus amigos, pero me resisto férreamente a atesorar una cajita con restos óseos junto a las amorosas fotos familiares, aunque sean el dulce recuerdo de mi amada niñita.

Existencialismo de panadería

No sé por donde entró, no imagino por cual vericueto se filtró el desgraciado, pero lo cierto es que me descuidé y me cagó la vida.

Cuando digo esto, lo hago con la más estricta literalidad, es que desde que me apercibí de la noticia, mi existencia no es lo mismo.

Usted pensará- Pero… ¿este tipo está enfermo?, ¿se siente mal?, ¿lo amenazaron?… ¿no?... Entonces: ...¿Es boludo o se hace? –.

A lo que yo le respondo – El nabo es usted, está metido en flor de quilombo y todavía no se enteró, señor-.

El asunto es que uno descubre estas cosas mucho después de que se le muera la mascota, incluso es posterior a la ocasión en que se salvó cagando del accidente, y créame, no tiene nada que ver con lo que sintió cuando vio por Crónica TV la masacre de su vecina jubilada.

Esta novedad no se hace efectiva a través de un hecho conmovedor y cercano, no es una reveladora toma de conciencia por acción de un acontecimiento específico. Es peor. Es la íntima convicción de que ya no hay nada por hacer.

El fenómeno es paulatino, silencioso, escurridizo y traicionero, valiéndose de la perversa paciencia de los depredadores, desarrolla su estrategia implacable: lo deja madurar hasta los treinta y pico o cuarenta años, le permite ser relativamente feliz y le va mechando algunas desgracias para que usted no desconfíe.

Un buen día, mientras uno distrae su vida en la rutina de siempre, ataca. Lo hace de la manera más pelotuda, sin estridencias ni publicidad, de un momento a otro usted descubre que se va a morir: a la mañana es Gilgamesh y a la tarde tiene la expectativa de vida de una ciruela.

El chiste aparece tempranito, como una intuición aparece. Al rato muta a la categoría de conjetura o sospecha, a última hora ya va perfilando para certeza sólida, como de hormigón.

Una vez adentro, el ladino sentimiento se instala en un lugar de difícil acceso, donde se torna imposible extirparlo por medios convencionales: se acovacha en el alma, o como sea que se llame esa parte de uno que no es el cuerpo.

Apelé a variados recursos y atendí los más excéntricos consejos, de todo hice: En mi acometida metafísica comencé por una minuciosa lectura de los existencialistas, consumí cannabis de tres variedades, recurrí a curanderos y terapeutas. Hasta llegué a tentarme con algunas de esas nuevas religiones orientales en las que no hace falta rezar, ofrecer donaciones, ni hacer mayores sacrificios. Pero nada, lo único que obtuve fue aburrimiento en algunos casos y diarrea en otros.

Deduje entonces, que el problema no era filosófico sino de carácter físico. Desarrollé, en consecuencia, una serie de razonamientos que no arrojaron mejores saldos: de acuerdo a la tercera ley de Newton podríamos contrarrestar la infinita tristeza que nos produce la finitud, con una felicidad de iguales proporciones y dirección inversa. Tal inferencia quedó invalidada cuando advertí que si uno es medianamente inteligente ya no tiene posibilidades de ser feliz, si por el contrario, la víctima es un rotundo idiota, es perfectamente probable que jamás se entere del asunto.

Abrumado por el fracaso, entendí que los esfuerzos estaban mal direccionados, la jodida sensación, como una especie de dengue intelectual me había invadido, sin embargo, aunque no había manera de evitarse podía prevenirlo, según afirmara recientemente la ministra de salud de la Nación, o en este caso, distraerlo.

La solución, estimado amigo, me la dio Bilardo por radio Mitre: se reduce a moverse permanentemente, ocuparle los lugares, asfixiar al villano, no dejarle margen de acción, coparle la cancha, taparle los huecos, inmovilizarlo, apabullarlo en definitiva.

Así es, en lugar de buscar una felicidad olímpica, usted deberá valerse de alegrías menos ortodoxas pero rotundamente efectivas. Un codazo en la napia al deprimido, un alfiler en las nalga del soberbio, una buena puteada a los quejosos, escupa, patelee e insulte. Si puede: charle, viaje, lea, coma y tenga sexo, ...y en la medida de sus posibilidades, todo a la vez.

En resumen, mueva el culo, haga cosas, que al fin y al cabo, un optimista no es más que un tipo al que simplemente le falta información.

El videoclub

Cuando me tocó a mí, luego de pensar un rato, tomé la Bic azul y escribí- Dante Caputo-, luego pasé el papel.
El procedimiento era sencillo: la servilleta escrita con lapicera negra correspondía a la lista “Uno” y se anotaban las personas o cosas que nos caían bien, por otro lado, el ticket escrito con tinta azul oficiaba de lista “Dos” registrando las cosas que nos fastidiaban. Ambas circulaban por la mesa en sentido opuesto, de manera que Marcos iniciaba el asunto con las dos primeras anotaciones, una en cada papel , y en él también se cerraba la ronda.
En “El Barco Pub”, los jueves entre las once y media o doce de la noche, se autoconvocaba el centro de estudiantes de la técnica. Comenzaban a llegar de a uno o de a dos, según vinieran de su casa o del internado de la escuela. La reunión se caracterizaba por la variedad: había melómanos, simplones, amarretes y humanistas, todos mezclados en la formidable batidora de una escuela pública, técnica y con orientación agrícola.
El casual entretenimiento de las listas surgió gracias a que ganaban popularidad los innovadores métodos del Coti Nosiglia y amigos (toda una revelación para quienes apenas militaban una estudiantina de cabotaje) , además la inexplicable falta de naipes hacía necesario improvisar alguna actividad hasta las doce y media, hora en que podíamos disponer de la videocasetera del bar: Por allí pasaron The Wall, Apocalipsis Now y Expertos en Pinchazos – Con Olmedo y Porcel-
Cuando trajeron la caja que contenía el video de " Top Secret" , Marcos leyó algunos de los ítems escritos en las listas: En la ..."uno", dijo aclarando la voz, Oscar Alende, Benny Hill, Raul Porchetto, Flipper -el delfín- y Dante Caputo, casi sin respirar y como si fuera un equipo de fútbol, agregó: en la "Dos" tenemos a Neustandt, Footlose, Pasarella y Manzano... Achinó los ojos para seguir leyendo, pero con un ademán de hastío hizo un bollo con los papeles, erró al cenicero y apuró ¿Para cuando la peli…?
Antes que comenzaran los títulos, “El Lince” apuntó: yo para socios,... prefiero los de la "Dos"... Luego cruzó las piernas debajo de la mesa y estiró una mano hacia los maníes.
El año pasado nos reunimos para festejar el aniversario de la promoción, los que nos habíamos ido de la ciudad nos apurábamos para conocer detalles de los demás. Más viejos, más gordos e igualmente ruidosos, fuimos haciendo grupitos según afinidades o tiempo sin vernos.
A la hora de las fotos alguien preguntó: ¿“El Lince” no vino...?-
Se rajó hace como cinco años, al final lo cagaron nomás… , dijo Marcos en voz baja.
Sonreí pelotudo,…agregó, luego me empujó para que entre en el cuadro.

Inicio

Estás en un punto en donde ya sabés cuáles cosas no hiciste y porqué razón,... ahora también tenés en claro que ya no las vas a hacer nunca. Además, reconocés claramente aquellas que hacías con la perseverancia de un chino y que sin embargo se fueron haciendo esporádicas por falta de tiempo, de ganas… o de compañeros.
La bolsa se sigue llenando de cosas por hacer, y en tu carrera contra el tiempo no acertás con cual arrancar. No te estoy hablando de emprendimientos magníficos: sueños utópicos, viajes transcontinentales, o proezas deportivas… cosas ordinarias, te digo. Por supuesto, quedan excluidos excesos como vacaciones en Camboriú con amigos atorrantes, estudios de postgrado en Londres, y un mes de turismo sexual por Tokio.
Te decidís a hacer algo, pero a los cuarenta se acabaron tus días de sacar la lengua como Gene Simmons , desde hace rato cuando entrecerrás los ojos, en lugar de Kim Bassinger aparece la isla del wallpaper de Windows, y entre otras cosas, extrañás horriblemente desayunar pizza fría, en patas y con Tom Waits esmerilando las paredes con su vozarrón.
De un día para el otro, te avisan por el megáfono que quedaste afuera del show,... que son muchas las cosas que no entendés y además no te interesan, que todo va más rápido que antes. Tenés a tu disposición un repertorio de anécdotas como para aburrir sistemáticamente a tu mujer y parientes cercanos, tu hija de seis años te dice que no entendés nada papá, y de paso, descubrís que a medida que te alejás de Iggy Pop, empezás a parecerte sospechosamente a tu viejo.
Entonces, con el resto de rebeldía amateur que escondés junto al ejemplar Nº 12 de la Sex Humor, esperás que tu pareja desocupe la notebook , le despegás por décima vez el sticker de "Patito Feo", y te persignás como entrando a la cancha:
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